Hubo un tiempo en el que necesité encontrar las razones y me preguntaba continuamente el ¿por qué a mi? Sin embargo, hace mucho que conozco todas las respuestas y he aprendido a no estar furiosa conmigo misma ni con la persona que quizás me introdujo en este mundo de las dietas y de la obsesión por adelgazar. No quisiera culpar a nadie (ahora soy adulta y sólo yo soy culpable de lo que me pase) y por otra parte si existió un culpable fue queriendo ayudar y francamente cuando uno se equivoca queriendo hacer bien, nada se puede reprochar. Dicho esto, paso a contar el origen de esta historia. Yo era una niña feliz, algo tímida e hipersensible. Jugaba ajena a las complicaciones mundanas sin saber lo que era la maldad, la avaricia ni el rencor; de aquella (hablo de los 10 años más o menos) creo que ni me había dado cuenta aún de los problemas que había en casa, de la infelicidad de mis padres, de las discusiones y de tantas cosas que más tarde supe y comprendí que en parte habían forjado mi personalidad -sin saberlo-. Por aquella época, mi madre me hizo ver que me sobraban unos kilos, que era una niña "rellenita" y me llevó al primer endocrino (un tal Ortega de gran reputación en Gijón). A todo esto, debía tener unos 11 años, pues aún no había desarrollado (esto fue a los 12) y cabe decir que mi sobrepeso podía ser de unos 5 kilos, nada alarmante ni desmesurado. A este momento le considero "origen inducido de un problema inexistente", pues empecé a ser consciente de que no podía comer tal ó cual cosa, me llevaban a la farmacia a pesarme y según pasaban los meses, iba añadiendo nuevas palablas a mi vocabulario: calorías, productos light, figurama, dieta de los melocotones etc etc... A los 12 años (justo el día de la fiesta grande de mi pueblo), tuve mi primera regla y desde este momento, comencé a ver cómo mi cuerpo iba cambiando e iba ganando en redoncedes y curvas las cuáles eran algo normal (aunque yo nunca lo asumí así). Las dietas ya estaban instauradas en mi vida y tengo que decir que mi madre siempre me animó a hacerlas (por lo que yo siempre deduje que no era lo suficientemente buena, no era lo suficientemente delgada y hasta que no consiguiera adelgazar no sería feliz ni aceptada). Hoy, con mis treintaypico, lo veo absurdo -claro está- pero una niña de 13 ó 14 años a veces es tremendamente influenciable por todo (modas, amigos y paranoias varias). Aún conservo diarios que escribía por aquella época en los que contaba las calorías que podía comer al día (me permitía unas 900 por día) y todas las tonterías que hacía por adelgazar lo cual era síntoma de una cosa: mi gran obsesión por el tema. A todo esto, hay que sumar que vivía entre algodones y en un círculo bastante elitista y superficial. Mi madre y su entorno, le daban demasiada importancia a "presumir", a la ropa y demás superficialidades y yo, capté equivocadamente el orden de prioridad de las cosas y lo que realmente importa en las personas y en la vida. En esta época, estaba muy delgada (a base de no comer) y aún así, me veía gorda, insegura; estaba obsesionada (fue mi época de los jerséis por la cintura -obsesionada de que tenía mucho culo-; hoy recuerdo que estaba por debajo de mi peso normal). Lo peor estaba por llegar, pues después de estas épocas tan restrictivas (en las que recuerdo los mareos y falta de energía) iba a llegar "el efecto contrario" materializado en la bulimia más tremenda. Recuerdo esos momentos de pie frente a la nevera comiendo lo que pillaba (mezclando queso con mahonesa y galletas), las latas de atún que comía a escondidas y las reprimendas de mi madre al enterarse (siempre me decía una y otra vez "no tienes fuerza de voluntad"). Pero ella no decaía, siempre había una nueva dieta que probar y yo, poco a poco había entendido la importancia de un físico, cosa que por desgracia y aunque me pese reconocer con los años he comprendido que forma parte de la realidad de la sociedad en la que vivo; una sociedad muy difícil para las mujeres que se salen de los cánones de belleza como yo me he salido (gracias a mi obsesión por buscar la perfección y a mi inconformismo). Es triste reconocerlo pero con los años me he volcado en potenciar mi interior, mis valores y ganar en cultura y sabiduría y aún así, me he sentido muchas veces despreciada, rechazada e infravalorada por muchos que sólo han visto en mi un cuerpo con mucho kilos, una persona agradable y con valores pero no "paseable" ni de la que se pudiera presumir de su compañía. En fin, como el famoso anuncio de relojes "no es lo que tengo, es lo que soy" (pero a la inversa).